Innovación es revolución. ¡Y lo sabes!
Innovar para crecer. Innovar para diferenciarse. Innovar para aportar valor. Innovar para…bla bla bla. Estudios, congresos, gurús, dinero en definitiva, que dan vidilla a lo que parece ser una eterna discusión entre qué es innovación y qué no lo es. Un tema casi endiosado, mitificado. Meca para fabricantes, exigencia para distribuidores. Y un shopper adormilado dispuesto a dejarse sorprender.
“Ciudadano” llamó al consumidor un sorprendente Paulo Pereira, presidente de Renova, en su ponencia en el pasado (e interesantísimo, sea dicho de paso) Tecnomarketing 2015. Connotaciones políticas a parte, prefiero llamarles “personas”. Aunque coincido en que a veces cuando decimos “shopper” parece que estemos hablando de marcianitos. El inglés sigue vendiendo y le sigue dando a uno esa codiciada apariencia de “este tío sabe”. ¿Habéis puesto alguna vez “insight” en el traductor de Google? Te dice que es “a la vista”, ¡qué poco glamour!
“Innovar para aportar valor”. Tengo sentimientos contradictorios con esta afirmación. ¿Innovar es inventar? Pienso, volviendo atrás, ¿fue la rueda un invento? ¿Una innovación? ¿Una revolución? ¿O fue las tres cosas a la vez? La electricidad, la penicilina, las máquinas de escribir, la bomba atómica, Internet… para bien o para mal, algo en común tienen que tener. Revolucionaron algo. Marcaron un antes y un después en la vida de las personas, del mundo. Éste simpático video refuerza mi argumento.
Menciono grandes hitos de nuestra historia que cambiaron el devenir de nuestra especie, pero podemos bajar a algo más mundano. El iPhone (tócate el bolsillo… ¿sigue ahí tu móvil? ¡Bien! Sigamos…) cambió nuestra vida. ¿Qué más? ¿El Red Bull puede ser una innovación “terrenal”? ¿Una bebida que te "te da alas" para proceder con tu actividad cuando el cuerpo te pide una cama y tu gorrito de dormir, y que encima es legal? Pero pocos dudan de que fue una innovación que creó una categoría y un comportamiento de consumo.
Me atrevo a afirmar una cosa: No hay ni uno solo de estos ejemplos que solo al verlo exista un mínimo atisbo de duda de que habría un antes y un después. Un cambio en el mundo, en unos casos, un cambio en el consumo, en otros. Pero todos suponen un cambio en el día a día del macro y/o micro entorno del ser humano.
La RAE ofrece una definición interesante de la palabra revolución, reza:
1. f. Acción y efecto de revolver o revolverse.
2. f. Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación.
3. f. Inquietud, alboroto, sedición.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
La revolución. Me quedo con la cuarta definición “cambio rápido y profundo en cualquier cosa”. “Rápido” porque enseguida te das cuenta del cambio que puede suponer. “En cualquier cosa” porque lo “revolucionable” no tiene límites. Que se lo pregunten a Paulo y a su papel higiénico de color negro.
Cuando uno se encuentra delante de algo que puede cambiarle la vida, en mayor o menor medida, lo sabe perfectamente. Luego esto funcionará o no funcionará. A unos les gustará y a otros no. Pero que puede cambiar la vida, lo sabes al segundo de verlo.
Cansado de mancharse las manos y empapar todo lo que te rodea cuando te comes un sándwich de atún o, al que añades un poco de aceite (de oliva extra virgen, como debe ser) aparecieron los Thins de Bimbo. Pan de molde, más comprimido, que no se deshace al ponerle el atún o el aceite (¿ambas cosas?), y encima de cereales y con menos azúcares. Fantástico, hizo volver al sándwich a mucha gente. A pequeña escala, cambió la vida de muchas personas. Revolucionó algo. El cierre del año les dio la razón.
La Roomba se ha convertido casi en un miembro más de familia en muchos hogares. Ha revolucionado la manera de distribuir las tareas diarias del hogar, genera más tiempo para el ocio o para lo que se quiera, y probablemente haya reducido de manera drástica las discusiones entre parejas.
Entonces, pienso, puede que a veces nos hagamos las preguntas equivocadas, tales como “¿es mi producto una innovación real?” “¿El shopper lo entiende como una innovación?” cuando hay una que responde a ambas: “¿Qué va a revolucionar mi producto?” Independientemente de la escala “revolucionaria”. Si no lo tienes claro, ya tienes tu respuesta a las dos primeras preguntas.
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