La cadena de suministro somos todos (y ya no seremos igual)
No podrá ser sin la tecnología, pero tampoco sin las personas. La revolución digital está entrando en nuestras vidas, ya lo venía haciendo, pero ahora la urgencia está imponiendo la necesidad.
Si 2020 ya fue un año convulso para las cadenas de suministro, en 2021 hemos asistido a un verdadero colapso. Se han parado o se han visto frenadas las de los chips, los fertilizantes, los materiales para envases, los componentes de automóviles… hasta los juguetes. Han quedado varados los contenedores marítimos mientras que los conductores de camión literalmente han desaparecido en ciertos países y mercados. Y se han sumado los incrementos en el precio de la energía. Es decir, según en qué sectores, o ha faltado lo que se transporta o ha faltado quien lo transporte. Si no ambas cosas. Y lo que se puede transportar, es mucho más caro.
Analistas y expertos tratan de explicar esta rotura de la cadena. Hay coincidencia general en que la pandemia está en el origen, pero tal vez subyace algo más. La actividad industrial se paró por los confinamientos y el parón de la demanda. Cuando ha querido recuperarse de golpe, se han generado los cuellos de botella. Imaginemos una carretera que transitamos con mucha frecuencia hubiese permanecido cerrada durante tiempo. Cuando por fin se abre, todos nos lanzamos a ella. Es más, parece que quisiéramos recuperar de golpe todos los viajes que no pudimos hacer mientras estuvo cancelada. Pero la carretera es la que es, por lo que no da abasto. Y se forma el gran atasco. En la industria y el retail, ha sucedido que, por temor al desabastecimiento, fabricantes y minoristas han querido comprar por encima de sus necesidades, cuando esa carretera aún no tenía todos los carriles circulables.
La pregunta que se hacen los expertos es si estas crisis de suministro responden a una mera interrupción temporal mientras la economía mundial se recupera del parón que supuso el Covid o si estamos asistiendo a un colapso del sistema de producción mundial. Durante aproximadamente tres décadas, se ha promovido la descentralización de las cadenas de suministro. Según la Organización Mundial del Comercio, más de dos tercios de las cadenas de producción mundiales cruzan al menos una frontera hasta que el producto llega al mercado. Pero esa diversificación de la oferta ha terminado siendo ilusoria en el caso de productos como los semiconductores o el CO2 para la elaboración de alimentos, en los que la oferta se ha concentrado más. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que ocho de los diez mayores puertos marítimos del mundo se encuentran en China.
Como consecuencia, se han generado nudos en arterias vitales que han terminado por estrangular el sistema circulatorio empresarial. A menudo, el problema no es ya la escasez o carencia de un producto, sino lo que tarda en llegar. Gonzalo Fornos, director de Procurement & Operations de la consultora LKS Next, apunta en esta entrevista que, en agosto de 2020, traer un contenedor a España costaba entre 3.000 y 4.000 dólares, mientras que hoy puede costar hasta 18.000 dólares y tarda cuatro veces más. Todo ello repercute en los costes de producción, y por derivación, en los precios finales o en los márgenes. Se señala que, en España, esos costes de producción han aumentado un 31% en 2021, pero que la mayor parte de esa subida la están asumiendo las empresas.
Coyuntural o sistémica, parece claro que esta situación obliga a replantear algunos supuestos que funcionaron durante décadas. Por un lado, se apela a las administraciones a contar mejores datos, ya que después de 30 años de globalización, la información sobre flujos de productos y cadenas de suministro mundiales es absolutamente escasa. En cuanto a las empresas, el big data, la inteligencia artificial y el machine learning se revelan como esenciales para la denominada logística predictiva: conseguir la anticipación para conocer la conducta humana y aplicar modelos predictivos que mejoren la toma de decisiones. Por ejemplo, el 50% de las empresas del sector farmacéutico ya recurren al canal digital para sus procesos de compra y aplican procesos de recopilación de datos para prever su aprovisionamiento, de acuerdo con un informe de McKinsey.
Se alude también a la exigencia de que las empresas operen con cadenas de valor responsables, lo que las lleva a ubicar sus cadenas de suministro más cerca. Ello implicaría que los costes de producción suban, pero se argumenta que posiblemente sean menores que los derivados de los cortes de suministro. Tampoco podemos, no obstante, regresar a los modelos que regían hace medio siglo. La tendencia generalizada apunta al mantenimiento de un sistema esencialmente global, pero con mayor presencia de suministro local, especialmente en sectores o actividades críticas. Ralph Michaud, profesor de OBS Business School, apunta en este sentido que “las empresas empiezan a buscar proveedores más cercanos, aunque eso signifique ayudarles a desarrollarse. Las cadenas largas deberán quedar para los productos que definitivamente no pueden conseguirse cerca”.
Sí parece evidente que estos desafíos que afronta el comercio mundial -que ya estaban ahí, pero las crisis concatenadas de estos dos años los han elevado a la categoría de urgentes-, pasan por mejorar la visibilidad en toda la cadena, anticipar riesgos, agilidad para adaptarse los cambios y propiciar entornos inteligentes, conectados y colaborativos. Y casi todos coinciden en que nada de esto podrá conseguirse sin la tecnología: los métodos tradicionales de gestión manual ya no podrán funcionar. Leandro Real, consultor senior de KPMG, señala que “algunas empresas se darán cuenta de que con las nuevas tecnologías se puede fabricar más cerca, al mismo precio que fuera y con menos riesgos, aunque hará falta inversión, digitalización y que el sector productivo evolucione”. Lo que implica la digitalización de la cadena de suministro -añade- que además de trabajar en línea con los objetivos medioambientales, soporte y agilice los procesos, los dote de inteligencia y los automatice.
No podrá ser sin la tecnología, pero tampoco sin las personas. La revolución digital está entrando en nuestras vidas, ya lo venía haciendo, pero ahora la urgencia está imponiendo la necesidad. Las cadenas de suministro no son sólo un entramado estratégico para las empresas y los negocios. Su mal o buen funcionamiento también afecta a nuestras vidas. Si aspiramos a que sean eficientes, transparentes y sostenibles, deberán serlo para todos los que participamos en ellas: empresas, proveedores, clientes, empleados… del primer eslabón al último.
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