Que ejecuten los robots
Erwan Basnier, Business Development Manager en Esker Ibérica, aborda las consecuencias de la robotización en el panorama actual y futuro con una mirada constructiva.
Venían y los tenemos aquí. Ni los tribunales son ya ajenos a un escenario que ha dejado de ser futuro para hacerse presente y visible ante nuestros ojos. Leíamos hace poco la noticia sobre sentencias judiciales relativas a despidos de empleados cuyo trabajo ha sido asumido por robots. Son ese tipo de noticias que, como se suele decir, tienen gancho. Porque ponen cara y ojos a un debate candente, aunque a veces tratado con tintes frívolos, por no decir apocalípticos. El de si un día seremos los humanos reemplazados por las máquinas. Se apela al miedo que nos infunde tal posibilidad. Y en un plano más pegado a la tierra, al conflicto legal que esa tendencia puede suscitar. Y no tendría que ser así.
Más que a las profecías, habrá que atender a los estudios. Según la consultora McKinsey, 800 millones de los actuales puestos de trabajo estarán ocupados por robots dentro de diez años -la quinta parte de la mano de obra mundial- y siete millones lo estarán en España. Más alentador es el informe publicado por el Foro Económico Mundial a finales de 2018, que vaticinaba que en 2025 se habrán perdido 75 millones de empleos, pero el avance tecnológico habrá generado 133 millones de puestos de trabajo nuevos. En este sentido, conviene tener en cuenta la advertencia de la OCDE, que apunta que en torno al 40% de las profesiones a las que aspiran los escolares actuales podrán haber desaparecido dentro de 15 años.
Nadie duda que estamos en un mundo cambiante, y una de las transformaciones más drásticas a las que vamos a asistir es la de los mercados de trabajo. Pero, quizás, en vez de una visión catastrofista, deberíamos aplicar una perspectiva más constructiva. La automatización, en todas sus variantes -rpa, inteligencia artificial, machine learning, deep learning…- viene a realizar, en efecto, trabajos que hacen los humanos. Pero no a quitarles los empleos. Van a sustituirlos, fundamentalmente, en aquellas tareas que son repetitivas, y de manera muy especial en las que se ejecutan en las salas de máquinas de las empresas, que no son sólo las plantas de fabricación, sino también los departamentos administrativos o de contabilidad. Sí, lo hemos dicho a posta: las que se ejecutan. Se hacen mecánicamente. Prima en ellas, ante todo, la rapidez y la precisión. Y para eso, las máquinas, bien aleccionadas, son impagables. Pero su mayor virtud será otra: gracias a ellas, las empresas podrán sacar a relucir el talento de su personal administrativo.
Habrá que pensar también que una empresa que decida automatizar sus tareas lo hace para ganar productividad. Un estudio realizado, entre otros, por el reputado economista turco Daron Acemoglu, estima que la implantación de robots incrementa un 20% el valor añadido de la empresa y reduce un 4,3% la mano de obra. Pero también se incrementa el número de horas de trabajo y la retribución por esas horas. Esto significa que, si la implantación de las máquinas se ha llevado a cabo con buen criterio empresarial, la reducción de mano de obra en determinadas tareas puede traducirse en aumento en otras áreas más estratégicas para la compañía. Y si se ha conseguido incrementar la productividad, lo lógico es que aumenten los ingresos y sea necesario incorporar más fuerza laboral.
LA COVID, UNA OPORTUNIDAD
Por otro lado, muchos de los cambios que sobrevienen en la economía y en nuestras vidas, se han visto acelerados en esta inusitada situación que nos ha tocado vivir con la Covid-19. Y han supuesto un impulso para la automatización. Randstad Research subraya su papel cada vez más importante, a la hora de evitar aglomeraciones que puedan dar lugar a nuevos focos de contagio. Pero añade que, lejos de amenazar el empleo, va a generar nuevas oportunidades. Para que así sea, recomienda la consultora apostar por la formación continua. Este es, precisamente, uno de los caballos de batalla. Si el trabajo “ejecutable” va a pasar a “manos” de las máquinas, las personas tendrán que reciclarse y completar su formación en conocimientos que tengan más que ver con otros verbos: planificar, diseñar, crear, programar… en definitiva, lo que nunca podrá hacer un robot: pensar.
Y es fundamental, en este aspecto, potenciar las capacidades digitales. El Instituto Nacional de Estadística (INE) nos dice que más de la mitad de los españoles no posee más que habilidades digitales básicas, y 700.000 no poseen ninguna habilidad. Y apunta que se trata, más que de infraestructuras, de un problema de educación digital. Randstad, por su parte, señala que el 25% de las grandes empresas de la OCDE están teniendo dificultades para encontrar determinados perfiles tecnológicos. Debemos tomárnoslo en serio. Si no queremos que la tecnología nos reemplace, debemos familiarizarnos con ella, conseguir que se convierta en nuestra aliada. Será la forma de que nos potencie y nos haga mejores, de que las organizaciones sean más productivas y competitivas… y de que necesiten contratar a más gente bien formada.
Al final, por mucha tecnología puntera que utilicemos, el factor diferencial de las empresas seguirá siendo el humano. Por mucho trabajo que puedan resolver las máquinas con su velocidad y precisión, valores como la creatividad, la re
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