¿Preocupación por la salud o postureo?
La revisión rápida de prestigiosos estudios sobre megatendencias de consumo nos desvela que la coincidencia más habitual es el interés por la salud. Preocupa la salud. Conviene conservarla y evitar que se deteriore al ser fuente de franco bienestar. Salud tiene muchos significados -depende de quién pronuncie la palabra-: encontrarse bien, euforia natural, homeostasis corporal, buenas sensaciones, agradable digestión, ganas de vivir o equilibrio esencial. Existe también el convencimiento de que tenerla o no depende de una acertada gestión personal. Vida sana, cuerpo en marcha y buenos alimentos. Mover la máquina, engrasarla y darle combustible de calidad son principios que se han asumido como algo básico y primordial.
Salud está siendo, en el ámbito de la comida y la bebida, resultado de la gestión inteligente de una buena dieta. Prueba de ello es que los gráficos del googletrends explicitan patrones de búsqueda en la red muy similares para las palabras “dieta” y “salud”.
“Donde está tu tesoro, estará también tu corazón” escribió San Juan parafraseando a Jesús. Si esto es así… ¿hemos invertido en comida sana los ciudadanos de España en consonancia con la importancia que “de boquilla” aseguramos que le damos?
DE ENTRADA PARECE CLARO QUE QUEREMOS SALUD
Tomando como referencia el consumo en hogares de los últimos tres años (Nielsen 2014-2016) se confirman algunos hechos. El “runrún” de los tópicos hacen caer algunos de los supuestos nidos de ametralladoras que disparaban contra la salud: Cae el consumo de azúcar (y en consecuencia también el de las golosinas), cae el de las grasas trans (repostería, margarina), la charcutería (y las salchichas a pesar del enorme trabajo hecho por el amigo Juan en favor de su “dignificación”) y el de la leche líquida (de lactosa) bajo el pretexto, a mi modo de ver absurdo, de que no tiene sentido natural que el humano sea el único mamífero que bebe leche toda su vida… y en cambio sí machacar la uva para consumir vino, fabricar máquinas para producir comidas procesadas o moler trigo para hornear el pan. En fin…
Las hormigas-consumidores cargan diariamente con pesados bultos de salud: frutas y verduras hasta aburrir (5.000 millones en supermercados, y casi 500 millones de mayor consumo que tres años atrás), pescado -que se consume más congelado- y aceite, cuyas variedades se aprovisionan siguiendo los vaivenes de los precios en un mercado muy condicionado por la escasez o abundancia de las cosechas.
Molan también las infusiones tutticolori con pátina de salud e inteligencia de consumo responsable.
LAS SOLUCIONES NO SE BUSCAN ENTRE LAS CATEGORÍAS QUE HAN GOZADO DE NUESTRA CONFIANZA
¿Quién hubiera dicho que se venderían menos yogures (enaltecidos a una calificación casi farmacéutica), menos cereales de desayuno o menos arroz? Parece que la motivación no se mueve únicamente hacia el rechazo a la gordura...
Productos tradicionales como las conservas de pescado ya no gozan tampoco de la confianza de antaño.
EL "GATO AL AGUA" SE LO LLEVAN SIEMPRE QUE EL PRODUCTO SUENE A "NUEVO"
Y aquí las opciones son varias:
a) “Resucitar lo viejo como si fuera nuevo” desenterrando el remarcable “valor de lo tradicional”. Los casos más paradigmáticos son, a mi juicio, el de los frutos secos (que han incrementado en tres años un 15% la facturación) y el de las frutas y verduras, un negocio en retail de casi 5.000 millones de euros que ha crecido en más de 300 en los últimos tres años. Consumos ambos que siempre han estado presentes y con fuerza en la dieta nacional, a los que buena percepción siempre ha soplado de cola y la buena imagen, acompañado. Son, además, productos muy nuestros, entrañables, familiares, locales.
b) Otra opción ha sido la de “dar soluciones nuevas a problemas viejos”. Sin ánimo de extenderme quisiera citar tres ejemplos. El del agua mineral: impresionante el hecho de desarrollar un negocio rampante de 1.000 millones con un producto que está al alcance de todos, en casa y gratis… el de la sopa, que, de estar “at the edge”, ha pasado a ocupar un espacio brutal en el hueco de los primeros platos e incluso convertirse en comida única de muchos millenials gracias a un packaging monodosis, llevable y muy usable (las “cups” de referencia), y mi gran favorito, la cerveza. Hace unos años, las trincheras que protegían esta bebida eran sumamente endebles: alcohol, gas, barrigas obscenas e hinchas de equipos pedorros y descontrolados (es decir, sociedad y salud en contra). Pero han sabido tomar posiciones de ángeles: la cebada es salud, las “sin” han empezado a sustituir a los fatídicos refrescos “con” azúcar, han limado la estacionalidad y se han barnizado los productos con la pintura mágica de lo “artesanal”. En definitiva, se ha dibujado un círculo quasiperfecto de virtud donde antes se dibujaba una cuadratura pérfida y de difícil final.
c) Después viene “lo nuevo-nuevo de verdad”. Son los productos de aquellas categorías que antes no estaban y que gracias a una reformulación inteligente y práctica de las inquietudes del consumidor del siglo XXI, el apoyo en la tecnología y la suerte de haber nacido en un espacio-tiempo de chiripa sideral, están desarrollando lugares nuevos con crecimientos constantes, altas cifras de negocio y márgenes envidiables. Dejen que le hable un momentín de los tes. (…). No tienen azúcar, están en el imaginario -rojo, verde… de colores casi siempre- de la salud antigua, tradicional y oriental, se pueden servir o tomar a todas horas (son refresco, son tentempié) y son moda-fashion-molan.
d) Finalmente está “la salud en vena”. Sobre estos apenas nada que comentar. Los demás son “transversales” mientras que estos son “esenciales”. Son la esencia, la naturaleza suprema de la salud y la buena fe: los artículos directamente dietéticos. Aquellos que estando muy cerca de la salud son una especie de medicinas que nos van a quitar dolencias y paliar incomodidades.
MUCHO BLA BLA BLA, PERO SE LEE POSTUREO
Todo lo comentado se avala en datos. Parece que el bolsillo suelta lastre en favor de lo sano y la dieta, si bien…
La bollería industrial da la impresión de que como negocio sigue gozando de buena “salud”: 1.350 millones de euros (más 20% en tan sólo tres años), los fritos -patatas incluidas- 700 millones también crecientes, el vino por vez primera en muchos años (léase GranConsumoTV) ha parado de caer, se compara con la cerveza tras convencer al mundo de que el bouquet vale más que los grados, es mediterráneo, sano y curativo en dosis moderadas.
Los alcoholes de alta graduación están en un país sin crecimiento de casi 1.000 millones, pero mantienen el pasaporte gracias a un matrimonio de conveniencia -que ha acabado siendo feliz- con las tónicas y convenciendo a feministas que ha sido un error creer que beber era cosa solo de hombres.
La mejor manera de sobrellevar el “régimen” de arroz ya mencionado ha sido metiendo pasta en el plato (casi 10% de crecimiento en los últimos tres años) con salsa (700 millones también crecientes) o en alternativa, ensaladas (2.200 millones las verduras y 400 en envasadas-refrigeradas) bien adobadas con Sal y Vinagre (¡255 millones!). En definitiva, régimen sí, pero con abundante sabor.
Por cierto, y que nadie pregunte qué “e’s” ni conservantes llevan los precocinados en los que gastamos tanto como en cerveza, yogures o conserva de pescado.
En definitiva, hay que reconocer que se sigue manteniendo la dieta contando con la nata (150 millones) y la mantequilla (casi 100) de siempre.
VIVA LA PEPA
La Pepa era la Constitución de la primera España “democrática” que nació en Cádiz hace dos siglos ya. El nativo se la tomó un poco a chanza y así se acuñó la expresión con las que abrimos este párrafo final. Porque en algo se parece al “Acuerdo” que el ciudadano dijo haber firmado con la salud. Prometió una fidelidad parcial que le permitía escaparse a hurtadillas a la despensa para pillar “productos sin recomendación” de forma que si con la manzanilla -un día es un día- se toma una chocolatina con croissant o con el único vaso de vino del almuerzo, un platito de macarrones con boloñesa, no pasa nada.
Por eso concluimos que si bien hay avances, al comer y beber cuesta todavía luchar por la línea y pensar en salud. Cuesta privarse. Y que como se ha comentado, el balance de gasto muestra un “postureo” bastante radical. Al parecer alguien nos convenció de que al haber en nuestra geografía dieta sana (mediterránea) poco tenemos que cambiar.
Antonio Agustín
Nota: Los datos mencionados son del Informe 360º y se refieren exclusivamente al retail sin incluir el consumo en restauración.