El final de la guerra
Antonio Agustín comparte la visión más optimista sobre la evolución de una pandemia que ha azotado de forma muy especial a la hostelería.
Estamos ya todos hartos de esta pandemia fatal. Y se entiende fácil. En España, casi un millón setecientos mil contagiados con camino abierto hacia los 46.000 fallecidos.
Más aún si ves peligrar tu bareto, tu garito laboral o tu puesto de trabajo.
La cara B del virus está matando negocios, engrosando el desempleo, creando anacoretas y desarrollando el desequilibrio emocional, el mal rollo y el malhumor.
Ayer discutí con unos colegas posibles previsiones de venta y recuperación del sector de la hostelería para 2021 y advertí un pesimismo lastrante entre casi todos los interlocutores. Que si la Navidad, que si los contagios, que si la mascarilla ha venido para quedarse, que si la tercera ola...
Después de tantos meses de presencia galénica, creo que nos hemos obsesionado con lo de “jugar a médicos” y opinar como expertos en los orígenes, comportamiento e implicaciones de enfermedades contagiosas. ¡Vale ya!
Les recordé a mis amigos que las vacunaciones están empezando a planificarse y que, una vez inmunizados de verdad los más mayores y cerrado el primer círculo con los los nueve millones de personas de más de 65 años que viven en España, la pandemia se podría considerar acabada (recordemos que el 68% de los fallecidos tienen más de 80 años y que la media de los ingresados en hospitales anda por los 70).
Una vez sepamos con certeza que no podemos contagiar a personas vulnerables (en mis caso padres de 93 y 90), acabarán nuestros temores. A salvo la población de riesgo, a salvo también la actividad económica.
¿Para cuándo?
Si hay existencias de vacunas para este grupo de población y las autoridades permiten que nos pinchen en cualquiera de las más de 20.000 farmacias, acabaríamos en dos o tres semanas con este fantasma que ha circulado a sus anchas durante los últimos 8 o 9 meses. Se acabó.
Hagamos previsiones contando ya que estaremos libres de virus en dos o tres meses.
Nadie sabe cómo de tocado estará el ciudadano-consumidor. Ni qué hará con sus ahorros.
Pero seamos realistas: por lo visto hasta ahora, en cuanto le quiten las cadenas tiene pinta de que saldrá como un poseso a tapear, tomar cañas, al el menú, el carajillo y la reunión de trabajo o amigos.
Nos hemos quejado mucho de la imprevisión e improvisación de nuestros gobernantes. Que nadie nos pueda decir que estábamos tocando la lira mientras ardía Roma.
Pongamos en marcha la planificación y la imaginación.
- Canalicemos con rapidez y eficiencia el pipe line de las ayudas para los que han estado cerrados.
- Empecemos a convencer con fervor publicitario a la humanidad de que la guerra ha terminado.
- Habrá que empezar a tirar también de la generosidad de los proveedores y la comprensión de los distribuidores para que las cuentas sean chicles por unos meses más.
- Incentivemos y potenciemos el enorme ingenio y tesón de los baristas y restauradores.
Ningún operador de supermercados devolverá ni un euro de los 5.000 millones extras que se han zampado mientras estaban limitados o cerrados, ni la administración pública abrirá una caja con lingotes de oro para ayudar a este sector (porque ni quiera ni la tiene).
Ánimos. Faltan muy pocas semanas para que se anuncie el final de la guerra. Pensemos en cómo celebrarlo (pero que nos pille trabajando).