Detrás del teletrabajo también hay gandulería
Me lo dijo hace varios meses mi amigo Pedro. Es vasco y ejerce como tal cuando habla: "detrás del teletrabajo hay mucha gandulería".
La expresión me hizo gracia. Le di la razón al escucharla, pero lo cierto es que apenas pensé en ella.
Desde entonces he visto y seguido a tres de mis cuatro hijos teletrabajar casi ininterrumpidamente durante este ultimo año. Y de los tres, mientras, dos han cambiado de trabajo. Es decir, de empresa, de chip, contenidos… (¿de lugar de trabajo?).
Y cuando digo que les he visto y seguido, quiero decir que puedo certificar que han estado durante todas las horas laborables y más, al pie del cañón (ordenador) y que han participado de decenas (centenares) de videoconferencias. Y me pregunto… ¿estarán integrándose correctamente en sus organizaciones y rindiendo al máximo?
Durante todo este tiempo he ido recolectando las dos versiones de la jugada. Como en casi todo, los hay a favor y también en contra.
La de los empleadores es más variada, si bien muchos de ellos probablemente suscribirían la opinión contraria, que he puesto en boca de Pedro al inicio del artículo.
A favor en algunos casos si tienen en cuenta los costes (alquiler de oficinas), pero mucho menos cuando se habla de motivación, de equipos, de comunicación y de sentimiento de pertenencia. No podemos olvidar que las empresas avanzan con mucha más energía que la de la obligación.
¡Qué decir de la comunicación informal, de la competitividad sana y la carrera profesional!
Los empleados suelen estar a favor diciendo más o menos que:
-Si te puedes organizar, el teletrabajo es estupendo. Trabajas igual o más y tienes menos estrés.
El pasado fin de semana cacé al vuelo una conversación de mi mujer con una de sus primas:
- José está muy bien viviendo en la sierra. A sus 25 años, como es muy deportista, se levanta a las siete, se sube en la bici, se mete por no sé que pistas con sus amigos y a las nueve, ya de vuelta a casa, se conecta para trabajar… A las horas de comer sale al balcón y respira el aire puro de la montaña mientras come frugalmente… Algunos días, incluso cambia de casa y va con otros conocidos…
Otra amiga, comentó:
-Mi hija se lo está pasando genial. Son un grupo de colegas que van alquilando casas en diferentes países del mundo y así hacen teletrabajo y turismo. Ahora están en Sotogrande.
Y otra:
- Pues eso se parece a lo que hacen mi hijo y su mujer. Están hartos de Nueva York. Llevábamos años sin verlos y de repente ya han venido tres veces durante varias semanas para teletrabajar en casa… Como tenemos espacio…
Es posible que esta pandemia nos haga revisar muchos comportamientos que dábamos por buenos. Pero ¿alguien cree que estas apreciaciones son sostenibles? ¿No estaremos intentado elevar a norma general lo que ha sido de imprescindible aplicación durante un tiempo?
El jefe necesita contraste con sus colaboradores en el pasillo. Y el empleadillo, por supuesto, levantar la cabeza y comentar con sus colegas sobre la dificultad o la facilidad de sacar adelante los expedientes…
¿Es que trabajar es sólo trabajar? Es decir ¿hacer las cosas y ya está?
Cada empresa, con las tareas que precisa para seguir adelante, es un microcosmos singular, desde luego. Y dentro de ellas, los puestos seguramente más digitalizables son precisamente los más extremos: el jefe (buena parte de su tiempo pensando y hablando) y el peón administrativo que no levanta cabeza mientras mueve los papeles del lado de “pendientes” al de “hechos”. ¿Pero el resto?
Por no hablar de sectores económicos: la construcción, los bancos, la agricultura, la limpieza, la restauración, el automóvil, la minería, la consultoría, el comercio, el transporte…
A pesar de que mi trabajo es también muy personal (como escribir este mismo artículo), estoy descubriendo que el aislamiento exagerado propicia un mal mayor: el autoengaño. Es extremadamente difícil ser juez y parte.
Las videollamadas han propiciado que nos “mediocreamos” que podemos sustituir a la “versión original”. Y cuando decimos que no viajamos por la enfermedad resulta que la razón principal es que nos da pereza.
Yo creo que muchos de los que han accedido accidentalmente al teletrabajo sufren de un espejismo. De que el futuro es así de cómodo y de chulo.
Va a costar mucho despertarnos de este sueño. Un año y medio de semilibertad transitoria ha propiciado que dé más pereza volver al cole, incluso para los más aplicados.
Sí, creo que hemos confundido unas excepcionales y larguísimas medio-vacaciones con el futuro pluscuamperfecto. Mejor que despertemos, nos pongamos la corbata, calcemos los incómodos zapatos en vez de zapatillas deportivas y volvamos, no solo a cumplir con nuestras obligaciones, sino también a seguir mejorando nuestro entorno, que falta hace. Es conveniente superar ya el simple cumplir y el “oficiar”.
Para terminar, una reflexión que me acompaña desde hace exactamente 16 meses y creo que me ayuda a concretar. Esta pandemia ha sido mucho más llevadera porque muchísimos trabajadores han hecho mucho más de lo que tenían que hacer, traspasando los límites de sus obligaciones y regalándonos generosidad. Me cuadra.
Antonio Agustín