La dificultad de prever la evolución del entorno agroalimentario ante tanta irracionalidad
Análisis de Jorge Jordana, incluido en exclusiva en el Anuario de la Innovación 2023 de Food Retail & Service.
España parece el País de Alicia, con un marco normativo surrealista y un Gobierno incoherente que no planifica el uso de la tierra para la producción de alimentos. Por su parte, la Unión Europea es un conjunto de sociedades que renuncia a su propia defensa común, lo que nos convierte en títeres en manos de los Estados Unidos. Estamos ante una UE infantilizada -adalid de lo verde- que adopta medidas que disminuyen las superficies agrarias cultivadas y los rebaños, provocando la pérdida de productividad del agro. Al imponer prácticas de gestión de cultivos o limitar los tratamientos con plaguicidas o fertilizantes, obstaculiza la investigación científica y su aplicación, lo que supone renunciar al futuro.
Por primera vez en mi vida me enfrento a una hoja en blanco para expresar alguna idea de cómo puede evolucionar nuestro entorno agroalimentario y no puedo encontrar un hilo conductor lógico. Tradicionalmente, no he sido mal previsor. Tener una formación amplia y una información aún mayor, unido a un procesador lógico bastante entrenado, me había permitido anticipar muchas situaciones que, cuando la respuesta dependía de alguna forma de mí mismo, me permitía iniciar la adopción de medidas que el tiempo confirmaba acertadas.
Ahora lo veo imposible, porque no existe un solo hilo conductor, sino varios y, además, algunos importantes difícilmente pueden calificarse de racionales.
Por ejemplo, que, dentro de un año, en un país monárquico de la Europa Comunitaria, una vez que la segunda en el orden sucesorio cumpla 16 años, pueda acudir al Registro Civil, indicar que se siente varón, cambiar automáticamente de sexo legal y, ya como varón, desplazar instantáneamente a su hermana en la sucesión a la corona. No es el País de Alicia: se llama España. Muchos dirán que exagero porque no sucederá, pero lo relevante es que el marco legal lo permite.
En una sociedad en la que pueden ocurrir cosas como esa, cualquier intento de racionalizar una respuesta es una quimera.
Por poner un ejemplo que implica a nuestro sector, cuando se manifiesta la alteración de los regímenes de lluvia, tanto en localización, como en sus cuantías, resaltándose día a día la profundización de una creciente sequía, en vez de plantearse seriamente un Plan Nacional del Agua ex-novo teniendo en cuenta las variaciones observadas, las instalaciones existentes, estudiando exhaustivamente los acuíferos detectados, abordando el reciclado de todas las aguas residuales para su reutilización, completando las necesidades con la desalación y desalobrización de otras aguas, la asignación de los caudales a los diferentes destinos y usos, la aplicación de las tecnologías digitales al suministro del agua a los vegetales.
Seguimos hablando del Plan Gasset de 1902 o el de Lorenzo Pardo de 1933, donde ya estaba presente el trasvase al Segura que es objeto de batalla política territorial... en 2023, 90 años después, y con una Administración que eleva a los altares el “caudal ecológico” del Río Tajo, que se fijó siguiendo patrones científicos sólidamente ecológicos: lo definió un responsable de su Confederación Hidrográfica en 6 m3/sg. porque era la cantidad mínima... que aseguraba la refrigeración de una central nuclear, Zorita, que ya no está operativa.
Una Administración que, ante la creciente inseguridad alimentaria, creada por la variabilidad del entorno, no planifica el uso de la tierra, permitiendo que en los mejores campos para el cultivo se instalen parques fotovoltaicos, lo que disminuye la producción de alimentos cuando la población sigue creciendo, la tierra es escasa y nos lamentamos de que se estén deforestando otras partes del planeta. Coherencia pura.
Pero nuestro incomprensible “hilo” se encarda con el de la Unión Europea, que tampoco es fácil de entender. Me adelanto a decir que estábamos camino de la irrelevancia cuando, hace un año, se invadió Ucrania. Y sorprendentemente, y sin medir bien donde nos metíamos, hubo una respuesta de rechazo unánime. ¿Nos habíamos despertado? Un año tan solo después vemos que no del todo: nos hemos metido en una guerra que hemos renunciado a ganar.
Y estaba bien salir en defensa del “sistema democrático” amenazado por una autocracia, aunque no tuviéramos en cuenta que la democracia es, para nuestro entorno ideológico, el mejor modelo de gestión social, pero que su perfecto funcionamiento requiere que la propia sociedad que lo sustenta esté tejida por determinados valores sociales como el respeto a la palabra dada, la persecución de la corrupción, la libertad de expresión, la tolerancia de los discrepantes, la búsqueda de la excelencia, la transparencia en la toma de decisiones, el aval de la verdad y el funcionamiento de una justicia igualitaria, rápida e independiente, entre otros. De hecho, Rusia es una democracia que no funciona y no me atrevería a asegurar que la Ucrania de hace un año también lo fuera.
En teoría, habíamos comprendido como europeos que el sistema político que llamamos democracia, minoritario en el mundo, estaba siendo atacado por un régimen totalitario y hemos acudido a defender el valor de la voluntad libre de las sociedades. Y eso está muy bien. Pero sabiendo que la Unión Europea no tenía ejército, ni en embrión, podíamos haber esperado a que, a lo largo de este año, se hubieran dado pasos firmes en la dirección adecuada para conseguirlo. Y ni los hemos dado ni los esperamos. Somos un conjunto de sociedades que renunciamos a nuestra propia defensa común, manteniendo ejércitos de opereta, cada cual el suyo, que nos sigue configurando como títeres en manos de los Estados Unidos, único ganador de esta contienda, que hasta ahora nos ha proveído de nuestra defensa.
Y digo único ganador porque la Unión Europea está pagando un precio económico alto al tomar represalias económicas sobre Rusia que, como cubría nuestras necesidades energéticas, nos está llevando a tomar decisiones poco meditadas, poco racionales, adoptadas a impulsos de los partidos ideologizados que conforman los gobiernos de coalición de muchos de los países de la Unión.
Mal puede preverse del futuro cuando se anuncia una decisión trascendental -suprimir los automóviles de combustión para 2035-, que es cuestionada en 24 horas, o cuando se prometen acciones para fortalecer la soberanía alimentaria, pero se aprueban a diario medidas tendentes a lo contrario.
Estamos en una Unión Europea infantilizada, que se ha convertido en un adalid de lo verde, adoptando una batería inacabable de medidas, todas buscando la disminución de las superficies agrarias cultivadas, la reducción de los rebaños, o provocando la pérdida de productividad del agro al imponer prácticas de gestión de cultivos o limitar los tratamientos con plaguicidas o fertilizantes, llegando a obstaculizar la investigación científica y su aplicación, lo que supone borrar nuestro futuro, obteniendo, además, un balance social negativo: lo que no produzcamos, se importará y será obtenido por prácticas más agresivas con el medio ambiente, con menor bienestar animal y con mayor huella de carbono, pues se le habrán de sumar las del transporte.
La misma guerra en suelo europeo es otro hilo de esta madeja. Este es el tercer hilo. Como todas las guerras, ésta es racionalmente incomprensible, aunque muy propia de nuestra condición de animales territoriales. Como no conozco ninguna guerra que se pueda ganar renunciando a atacar a quien te ataca, acabará en una mesa de negociación... cuando los concernidos y el que gana quiera y le convenga. Ojalá sea más pronto que tarde, pero es otra variable más impredecible.
Rotura de la globalización
Es el cuarto hilo. No nos equivoquemos, no fue la COVID. La rotura se inició cuando Trump declaró que había que hacer América grande otra vez y empezó a imponer aranceles a productos muy diversos -algunos españoles, como las aceitunas negras, cediendo a la petición de los lobbies californianos-. Romper la globalización imponiendo aranceles que rompían las reglas de la OMC e impidiendo el funcionamiento de su órgano de resolución de discrepancias al bloquear su renovación -lo que todavía sigue haciendo su sucesor Biden-.
Lógicamente, la globalización desencadenó la ola de mayor prosperidad que ha experimentado nunca la humanidad. Miles de millones de personas se vieron favorecidos y países como China pudieron dar un salto de gigante, gracias a su buena administración. Los precios mundiales bajaron o se mantuvieron porque pudimos disponer de los productos al precio más competitivo. Pero algunos colectivos de Norteamérica (Detroit, Pittsburgh...) a los que se dirige la rotura de la globalización sufrieron retrocesos importantes, pues dejaron de ser competitivos, olvidando que otros (Costa Este, California, Washington) crecieron de forma relevante.
Y con ella ha llegado la subida de precios. Es verdad que han actuado otros factores, como la paralización provocada por la COVID, la rotura de la logística marina, el cambio climático y la carestía de la energía, pero el telón de fondo que va a seguir es la vuelta a los acuerdos bilaterales, que conlleva la regionalización del mundo con su fácil ideologización de buenos y malos: volver a utilizar los intercambios comerciales como arma política, como ya lo venimos viendo con Rusia, Irán y, empieza, con China.
Y este es otro hilo más de la madeja. Gana Tucídides con su trampa: el imperio militar (Esparta) no tolera el fortalecimiento de otro (Atenas). Y lo vemos en la insistente propaganda, diaria, contra el imperio chino que nos quiere conquistar -cuando jamás ha invadido ningún país, lo que no puede decir el difamador-; que va a dar armas a Rusia -cuando no le ha dado una sola bala-; que no defiende la integridad de Ucrania -cuando en su plan de 12 puntos hay uno que exige la vuelta a las fronteras reconocidas internacionalmente-, mientras lo aísla tecnológicamente y exige a sus “aliados” el mismo comportamiento –a pesar de que nos interesaría estrechar más lazos comerciales con ese país tan complementario del nuestro-, expulsa a sus estudiantes de sus universidades tecnológicas y va sembrando una “animadversión” a todo lo chino.
Se van cerrando alianzas militares en el sudeste asiático y Oceanía, el QUAD y el AUKUS, para cercar al imperio naciente, con total ignorancia, cuando no agravio -como el cometido con Francia al prescindir de sus submarinos atómicos- hacia la Unión Europea y sus países. Lógicamente, todo esto también influye e influirá en nuestra economía. Y, en nuestra condición de títeres, tampoco sabemos cuánto ni hasta cuándo.
Demasiadas incógnitas y demasiados frentes: me imagino similares a aquellos a los que se enfrentaría otro profesional como yo en 1939, en los albores de una nueva guerra que llegó a ser mundial.
¡Sigan intentando hacer las cosas bien, estén atentos a las nuevas tecnologías para ir aplicándolas a fin de mantener la competitividad... y que haya suerte!