El mundo se sumerge en la tormenta perfecta
Análisis de Enrique Navarro, Presidente de MQGlobalnet, incluido en exclusiva en el Anuario de la Innovación 2022 de Food Retail & Service
Un incremento de la energía y de las materias primas ha llevado a una subida de los precios de la alimentación sin precedentes en la historia reciente. En este contexto, con una inflación disparada, el ambiente bélico a raíz de la invasión rusa de Ucrania no es precisamente una llamada al optimismo en un mundo que aún padece la Covid-19. Inevitablemente, 2022 será un año desastroso para los agricultores, los consumidores y la economía, y, si no se solucionan los problemas de fondo, esta crisis se extenderá a los próximos años.
El mundo atraviesa uno de esos momentos turbulentos que estremecen a la economía y a las sociedades. Cuando apenas asomábamos la cabeza de la crisis financiera, la Covid-19, la mayor epidemia de la historia reciente, ha hecho tambalear muchos de los cimientos de las distintas civilizaciones. Sus impactos aún están por manifestarse y no son predecibles por su escala o naturaleza. Esto se muestra en las tasas de infección, morbilidad y mortalidad, con centenares de millones de infectados y millones de fallecidos. Junto a estas consecuencias directas, no son desdeñables sus implicaciones negativas sobre la economía y en particular sobre la agricultura y la cadena alimentaria.
A esta crisis tremenda se añade uno de los momentos más críticos de la historia de la seguridad europea, como es la guerra en Ucrania consecuencia de la invasión rusa. Desde 1945 nunca una potencia había acumulado tanta fuerza militar para atacar a otro país del continente. Las amenazas no solo se ciernen sobre Ucrania, sino sobre todo el mundo, ya que la potencia agresora dispone de miles de cabezas nucleares. La guerra en Ucrania, y sus efectos militares y las sanciones económicas que están siguiendo a esta acción militar sin precedentes, se sumarán a los efectos de la pandemia, ofreciendo un panorama desolador, imposible predecir y, en consecuencia, sin soluciones.
El colapso económico durante meses no tiene precedentes. El cierre de empresas, administraciones y colegios, y las necesidades sanitarias han elevado el gasto público hasta cifras inabordables para muchos países, paralizándose la producción de materias primas y componentes esenciales para la economía, que apenas comenzaron a recuperarse la pasada primavera. La respuesta de los gobiernos, azuzados por las crisis políticas, ha sido más gasto y más deuda. España se endeudará en 300.000 millones de forma directa o indirecta, el 25% de nuestro PIB en apenas cuatro años para salir de forma acelerada, sin considerar la espiral inflacionista que ocasionaría una demanda tan grande para la que no hay oferta suficiente.
Igual que no hay electricidad o petróleo para una economía que no había crecido a este ritmo nunca en la historia, ni siquiera en los años posteriores a 1945, tampoco hay proyectos innovadores para consumir estos costosos recursos que estamos poniendo a disposición, y que terminarán dedicados a proyectos de los cuales muy pocos se justificarán en el futuro.
Si analizamos el impacto directo de la conjunción de estas crisis nos encontraremos con dificultades y problemas que dificultarán el funcionamiento normal del mercado de la alimentación y en general de los bienes de primera necesidad.
Pensemos solo en el suministro de cereales, un elemento esencial de nuestra cadena alimenticia. Ucrania es el noveno productor de trigo del mundo, el quinto de maíz y el octavo de algodón. Gracias a la posición estratégica que ocupa en Europa, tiene un peso decisivo en la formación de los precios internacionales.
El futuro de la exportación de trigo preocupa en un escenario que enfrenta al más grande exportador, Rusia (35,0 mmt), con el tercero, Ucrania (25,5 mmt). La combinación de la destrucción de las cosechas en Ucrania y las sanciones a Rusia podrían llevar a un desabastecimiento mundial inmediato con una escalada de precios que superaría los dos dígitos. Ese incremento en el comienzo de la cadena nos llevará a tasas inasumibles para muchas familias y a un potencial desabastecimiento mundial y en particular en Europa.
Por si fuera poco, el segundo productor mundial, Estados Unidos, también está afectado por malas cosechas y subidas de precios, impulsadas por una ola de frío y clima seco en el sur productivo de Estados Unidos, donde no se registraron lluvias en el último mes, de acuerdo con los registros de precipitaciones del Servicio Meteorológico Nacional. Sumado a esto, la sequía sigue golpeando a Kansas, el productor de grano más grande de este país.
En Latinoamérica, mientras el clima cálido sigue rigiendo en la zona, el 70% de los cultivos en Brasil y un cuarto de los de Paraguay están sometidos a un fuerte estrés por la sequía. Esta tormenta perfecta no nos va a dejar indemnes, ya que nuestra dependencia del exterior no ha cesado de crecer a medida que nuestra economía se desarrollaba.
En el pasado siglo XX, hasta 1960 aproximadamente, España era muy autosuficiente en materia de alimentos, ya que alrededor del 90% de estos se producía en el país. Las importaciones eran limitadas, pues solo recibíamos trigo en años de poca cosecha, además de bacalao, huevos, etc., y las exportaciones se centraban en los clásicos productos españoles: aceite de oliva, naranjas, sardinas de lata, etc. De hecho, el subsector alimentario español constituyó durante la primera mitad del siglo XX la base exportadora de la economía española: cítricos levantinos, aceites y vinos. En dichas actividades exportadoras cobró mucha importancia la implantación de marcas y el embotellado.
En la actualidad, la huella ecológica de España se ha multiplicado por tres, ya que gran parte de nuestra alimentación procede de las importaciones de otros países, y también exportamos mucho. Hoy España compra más de lo que vende.
La subida de materias primas, el desabastecimiento, la oferta insuficiente, unidos a los elementos de la tormenta perfecta, han llevado a una subida de los precios de la alimentación sin precedentes en la historia reciente.
De acuerdo con el Índice de Precios Agrarios elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en los ocho primeros meses de 2021 la variación total se elevó el 11,75%. En concreto, aumentó el 19,22% en el caso de los productos agrícolas y el 2,35% en el de los ganaderos, pero es que hay incrementos realmente espectaculares, como el del aceite, que se ha encarecido el 64,02%; el de las semillas, el 45,52%; los cultivos industriales como el lúpulo, la remolacha azucarera o el azafrán el 45%; los cereales, el 34,56%; los cítricos, el 25,56%; y las leguminosas, el 21,65%.
Aunque a los agricultores se les han encarecido también de forma muy importante los costes, lo cierto es que la distribución ha pasado de pagar por ejemplo 217,91 euros por 100 kilos de aceite de oliva virgen en agosto de 2019 a 311,57 euros este año. Igualmente, el girasol ha pasado de 33,35 euros a 49,58 euros por los cien kilos; los garbanzos de 42,41 a 53,18 euros; las manzanas de 65 a 73,47 euros. En menor medida, también son especialmente significativos los incrementos en productos de origen animal.
Así, por ejemplo, el ovino para abasto sube el 6,84%; el vacuno, el 6,63%; y el porcino, el 3,34%. Pero es que, además, el precio que se paga por los huevos en el campo ha subido el 4,61% y el de la leche, el 3,75%. Al final, todos estos incrementos se repercuten en el consumidor final y en el índice de inflación, que muestra que 2022, el supuesto año de la recuperación y de la reforma laboral, verá la mayor pérdida de poder adquisitivo de salarios y pensiones de los últimos 30 años.
Es una espiral sin freno que se ha amortiguado en parte gracias a la gran competitividad existente entre las cadenas de supermercados, pero no ha impedido un fuerte encarecimiento de la cesta de la compra. Fuentes de la distribución aseguran, de hecho, que el sector ha asumido un coste aproximado de 2.000 millones de euros para no trasladar al consumidor final todo este incremento que se ha producido en el campo.
Es pronto para anticipar las consecuencias a largo plazo, pero 2022 será un año desastroso para los agricultores, los consumidores y la economía, y, si no se solucionan los problemas de fondo, esta crisis se extenderá a los próximos años.
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