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Agricultura y economía circular: la sostenibilidad del sentido común

Un artículo exclusivo de FRS. Por Paco Borrás, consultor agroalimentario en Agroa.

La sostenibilidad tiene que conseguirse en ecología y en economía.
La sostenibilidad tiene que conseguirse en ecología y en economía.

Según la RAE, sostenibilidad es: “Especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. Desde que apareció la agricultura, hace más de 10.000 años, fue en general practicada por familias que vivían en el campo y, de forma instintiva y por sentido común, tenían que aplicar prácticas sostenibles y estrategias de economía circular para vivir.

Yo nací en 1952 en el seno de una familia de pequeños agricultores en la Ribera del Júcar, donde se acaba el regadío y empieza el secano. Mis padres, por herencia, tenían alrededor de seis hectáreas en 14 parcelas, como era típico en la zona después de varias generaciones repartiendo las propiedades entre los descendientes para, al final, compartir y tener de vecinos a primos hermanos, segundos y terceros.

Teníamos 1,5 hectáreas de secano. Los olivos, básicamente, nos daban el aceite para casa, procurando siempre guardar los años de buena cosecha por si la siguiente era corta. Había almendros y algo de viña para casa y, sobre todo, algarrobas para la yegua que usaba mi padre en las labores agrícolas. Una vez guardadas las algarrobas que se podían comer, el resto lo vendíamos al comerciante del pueblo.

Durante dos o tres años consecutivos, siempre sembrábamos media hectárea de alfalfa en la misma parcela -una parte de alfalfa verde y otra de alfalfa seca-, que era el alimento principal de nuestra yegua. Luego, por la necesidad de rotación de cultivos, cambiábamos de parcela. Junto con unos primos, también cultivábamos un cuarto de hectárea de arroz en un marjal cercano, que destinábamos al consumo familiar. La paja de ese arroz la utilizábamos para cubrir el suelo del establo y del corral.

La agricultura familiar siempre fue sostenible ecológicamente hablando, porque el sentido común les enseñaba desde siempre a no esquilmar la tierra que les daba de comer

Además, cada año dedicábamos una hectárea a plantar trigo, maíz y patatas. El trigo nos proporcionaba la harina con la que mi madre amasaba pan dos veces por semana, para luego llevarlo al horno de nuestra calle. La paja del trigo servía de alimento para la yegua, ya que es comestible para ella. En aquella época, el maíz no formaba parte de la dieta humana en la región, por lo que lo destinábamos a alimentar a las gallinas, conejos y pavos del corral, o vendíamos el excedente en la trilladora del pueblo.

Criábamos un cerdo al año, lo que nos permitía celebrar la matanza una vez al año y, durante varias semanas en invierno, teníamos matanza porque recorríamos las casas de tíos y primos. Por otro lado, este corral nos permitía no generar ninguna basura orgánica, porque ese era el destino de todo tipo de cortezas, peladuras o restos naturales.

El estiércol lo usábamos para el campo y, en particular, para las verduras de invierno, acelgas y alcachofas; y en verano, para tomates, pimientos, judías y berenjenas, así como los melones, sandías o calabazas que luego conservábamos hasta cerca de Navidad o, en el caso de las calabazas, incluso hasta Pascua. La hectárea y media que quedaba era de frutas de hueso y cítricos que, o bien directamente o a través de la cooperativa, nos daba efectivo.

En 1968, con la venta de la primera cosecha importante de clementinas, compramos la primera nevera eléctrica, Termofrigidus por cierto. Pero, a partir de 1966, llegó el tractor, desapareció la yegua, empezamos a quitar animales del corral y en una década empezamos a dejar de tener una economía circular, a generar más basura y, por supuesto, a ser menos sostenibles.

Sin embargo, este cambio fue decisivo para que yo pudiera ir a la universidad, lo cual implicaba nuevos gastos por vivir en Valencia. Además, el hecho de que yo, en lugar de sumarme al trabajo familiar, ya no aportara mi esfuerzo me convertía en una carga económica para el futuro durante, al menos, los siguientes seis o siete años.

SOSTENIBILIDAD SOCIAL Y ECONÓMICA

Dejamos de ser sostenibles ecológicamente, pero pasamos a ser más sostenibles desde el punto de vista de desarrollo social y económico. Desde principios de los 50, muchos hijos de la España rural de la costa mediterránea vivimos esta situación, que en otras zonas más al sur y el centro la península se dio a partir de la generación de los 70 y 80. Esta pequeña historia la cuento en alguna clase en Máster de Economía Agraria o incluso de Agricultura Regenerativa, porque lo difícil es encontrar el equilibrio y, como dice la definición de la RAE, la sostenibilidad tiene que conseguirse en ecología y en economía.

La agricultura familiar siempre fue sostenible ecológicamente hablando, porque el sentido común les enseñaba desde siempre a no esquilmar la tierra que les daba de comer y, aunque tuvieran dificultades económicas, no alteraban sus hábitos ancestrales. La explosión agrícola en España, conocida como el ‘Milagro Hortofrutícola Español’, ha generado en las últimas décadas tensiones relacionadas con el uso excesivo de fertilizantes, especialmente nitratos, y la sobreexplotación de acuíferos, provocando diversos desequilibrios medioambientales.

Sin embargo, estos problemas se están corrigiendo paulatinamente, ya que los agricultores, especialmente los profesionales, están tomando conciencia de la necesidad de ajustar la producción a criterios de sostenibilidad.

Cada vez está más interiorizada la importancia de un enfoque más responsable con el medio ambiente.
Cada vez está más interiorizada la importancia de un enfoque más responsable con el medio ambiente.

Cada vez más, los agricultores familiares se transforman en empresarios agrícolas, interiorizando la importancia de un enfoque más responsable con el medio ambiente. Como dijo recientemente Francisco Sanmartín, director general de Central Lechera Asturiana: “Los que trabajamos en la tierra y vivimos de ella somos los que alimentamos el mundo, cuidamos el territorio, no provocamos desastres en el medio ambiente y debemos sentirnos orgullosos de ello y proclamarlo”.

Por eso, cuando ahora observas los intentos de grandes empresas o fondos de inversión que deforestan el Amazonas para plantar soja o realizan macroplantaciones o macrogranjas, pero contratan buenas consultoras medioambientales para revestirse de una pantalla de sostenibilidad, simplemente te pones triste.

Los agricultores de los últimos milenios y los agricultores del futuro que vivan de la tierra son intrínsecamente sostenibles en sentido ecológico y económico, porque lo llevan en el ADN.

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Este artículo forma parte del Anuario Perspectivas 2025 de FRS Food Retail & Service, una obra exclusiva que ha sido posible gracias al patrocinio de Campofrío, Nestlé, dunnhumby y HL Display, y con el apoyo de otras empresas anunciantes. Puedes descargar el anuario, en formato ebook interactivo, de forma directa y gratuita desde este enlace.

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