La innovación agroalimentaria y el milagro hortofrutícola español
Artículo incluido en exclusiva en el Anuario de la Innovación 2024 de Food Retail & Service.
La combinación de las innovaciones tecnológicas y la gente del campo español; la incorporación a la Unión Europea, que nos aportó ayudas económicas para infraestructuras; y un mercado de 500 millones de consumidores sin aduanas ni burocracia, así como la llegada de algunos millones de inmigrantes al campo nos ha convertido en una potencia mundial agroalimentaria, líder absoluto en Europa.
Cuando escuchamos la palabra innovación, tenemos una cierta tendencia a pensar en aspectos muy novedosos que ocupan mucha superficie o mucho tiempo en los medios de comunicación. En estos momentos, la expresión más usada será “inteligencia artificial”, hace unos años “digitalización”, anteriormente “teléfono móvil” y, a finales del siglo pasado, “internet”. Pero si retrocedemos algunos siglos -no sabemos cuántos-, “la rueda” que apareció en el continente euroasiático, pero no llegó a los pueblos originales americanos sería seguramente una de las grandes innovaciones de la humanidad.
En la época del imperio romano, apareció un grandísimo invento que en su momento revolucionó la productividad agrícola: “el arado romano”. Curiosamente, el que escribe este artículo conoció su uso en su niñez, porque este invento romano siguió usándose en España a nivel general hasta finales de los 60 del pasado siglo. Pero España ya se convirtió en líder mundial de las exportaciones citrícolas, alcanzando por primera vez el millón de toneladas de exportación en 1929, y estos cítricos estaban cultivados al 99% con arados romanos.
Como es normal, ahora ya solo están en los museos, porque la realidad del “milagro hortofrutícola español” los ha trasladado allí. En el período 1980-2020, España ha pasado de ser un país conocido a nivel mundial por las naranjas valencianas a ser el líder mundial de las exportaciones hortofrutícolas. En ese periodo se pasó de exportar 2.500.000 toneladas de frutas y hortalizas frescas, de las que el 75% eran cítricos, a exportar más de 13 millones de todo tipo de productos frescos, cambiando totalmente el paisaje agrícola de casi toda España.
Cuando nuestro país entra en lo que en aquel momento se denominaba Comunidad Económica Europea, las cifras de exportación eran similares a las que exportaba Italia y Francia en productos frescos. Pero, como vemos en la tabla 1, en donde se incluyen los congelados y los transformados, la evolución de los otros tres países mediterráneos -Italia, Francia y Grecia-, que ya estaban en la Unión, es claramente diferente en comparación con España.
Y en este milagro tuvo mucho que ver la “innovación agroalimentaria”. Una innovación bastante menos espectacular que las grandes innovaciones mediáticas que hemos comentado al principio, si bien es cierto que la mayoría de ellas también han sido usadas por los hombres y mujeres protagonistas de este milagro, así como de la implementación de toda la innovación propiamente agroalimentaria al campo.
Sin embargo, cuando hablamos de innovación, es normal que nos venga a la mente la imagen de los investigadores científicos o de los “inventores” intuitivos porque son las imágenes que se nos transmiten fácilmente y porque las innovaciones lentas pero constantes llegan casi sin darnos cuenta. Como el paso de los años en nosotros mismos, que nunca nos lo vemos en el espejo porque cada día nos miramos y los pequeños cambios no se pueden observar.
CON LA PERSPECTIVA DE MÁS DE UNA DÉCADA
Si hablamos de los productos que llegan del campo y reflexionamos buscando la perspectiva de más de una década, nos damos cuenta enseguida de que nuestras despensas y neveras, así como nuestros paisajes han cambiado totalmente y, por supuesto, los lineales de las tiendas donde vamos a comprar. Teníamos como mucho dos tipos de tomates, lisos y de ensalada; ahora es normal que tengamos cerca de diez clases como mínimo. No conocíamos el brócoli, ni por supuesto el romanesco, solo teníamos la lechuga romana y ahora las tenemos de diferentes tamaños y colores; dos manzanas, las amarillas y rojas, frente a la acuarela actual; el kiwi nos llegó a principios de los 80; las sandías tenían todas pepitas, igual que las uvas; solo podíamos comer caquis con cuchara y muy blandos...
Sabíamos por los libros de productos como las piñas, mangos o aguacates, que se producían en el trópico, del que durante ya muchos años nos llegaban los plátanos de Canarias porque una parte de África era española. Y, además, muchas de estas frutas y verduras eran frutas de temporada, mientras que ahora la mayoría están presentes en los lineales y en las cocinas doce meses al año.
DIFERENTES TIPOS DE INNOVACIÓN
Si reflexionamos sobre cómo la innovación ha influido en este cambio tan gran- de, durante este periodo podemos observar que ha habido diferentes tipos:
•Innovación varietal. Una parte, a través de las observaciones de los agricultores de las mutaciones naturales que la naturaleza crea; otra realizada en los centros de investigación oficiales; y otra más llevada a cabo por las empresas privadas de semillas y variedades, todas ellas con sus equipos de hibridación e investigación.
•Innovación en producción. Ha desaparecido el “arado romano” y el campo español se ha mecanizado; se han cambiado marcos de plantación, casi han desaparecido los riegos árabes por inundación y todas estas innovaciones han elevado las productividades del campo español, como podemos observar en la tabla 2.
•Innovación humana. A finales de los 70, los agricultores españoles eran mayoritariamente hijos y nietos de agricultores a lo largo de muchas generaciones. Eran personas que habían ido aprendiendo el oficio de sus antepasados. A mediados de la década de los 60 se produjo en España un incremento de escuelas profesionales agrarias, nuevas escuelas de ingenieros técnicos agrícolas y se abrieron nuevas universidades politécnicas con escuelas de ingenieros agrónomos. La incorporación de todos esos profesionales a un mundo agrario que, hasta esos momentos, había vivido con la formación que les había dado la experiencia de sus antecesores fue decisivo para la puesta en marcha de las nuevas tecnologías.
• Innovación en logística. Los cambios de transporte por barcos de bodega a los actuales contenedores ha sido determinante para mejorar la rapidez de las entregas de los productos frescos, y ello ha llenado los lineales españoles de productos, haciendo posible que las exportaciones españolas a ultramar sean de más de 650.000 tm al año de todo tipo de frutas y hortalizas, cuando a principios de los 80 solo eran cítricos.
•Innovación en procesos. Las 350.000 toneladas de caquis no se entenderían si no se hubiera desarrollado la tecnología para quitar la astringencia al caqui, manteniendo su textura y consistencia para la comercialización. O es inimaginable que España se haya convertido en uno de los líderes mundiales en importación y exportación de aguacates, si no se hubiera desarrollado la tecnología para entregarle al consumidor el aguacate listo para comer, y no verde como los conocíamos. Y estos procesos, en muchas ocasiones salidos de la prueba-error, han salido de pequeñas innovaciones que se usan cada día y son decisivas para muchos productos, pero ni siquiera se sabe con detalle cómo aparecieron ni quién o quiénes las desarrollaron.
•Innovación en los campos. En este capítulo quiero resaltar aquellas innovaciones que cambiaron comarcas enteras a partir de pruebas de los mismos agricultores históricos que, sin ninguna ayuda tecnológica, se desarrollaron. Uno de los casos más espectaculares es el desarrollo de los invernaderos en Almería, cuyo modelo de invernadero hoy está descrito, pero es evidente que fue una evolución espontánea a partir del uso de plásticos sobre los antiguos parrales de uva Ohanes, junto con un cambio de suelos, como vemos en la imagen.
El mar de plástico, por todos conocido, alimenta a Europa en otoño, invierno y primavera de una gran gama de hortalizas que antes solo se podían consumir en los meses centrales del verano. Y esos invernaderos no fueron copia de los invernaderos holandeses que ya existían cuando empezó a desarrollarse Almería, sino que fue una creación local de sus gentes. Ahora se mejorarán, se estudiarán y se optimizarán en las universidades, pero inicialmente salieron de la gente del campo por propia iniciativa y con mucho esfuerzo.
Tenemos muchos más ejemplos como el de Almería, que han cambiado los paisajes combinando conocimientos ancestrales, esfuerzos de los agricultores y absorbiendo como esponjas las innovaciones que llegaban tanto de los centros de investigación como de las casas de semillas y de los obtentores. En Murcia, la combinación de las huertas del Campo de Cartagena y de Lorca, con sus dos cosechas anuales de hortalizas de campo abierto, con las modernas plantaciones de uvas sin semillas; las plantaciones de limones del Valle del Guadalentín o las de fruta hueso y uvas del Valle de Abarán son una muestra viva de cómo una zona ancestral de agricultura de supervivencia es hoy uno de los grandes motores de la exportación española.
O lo que se ha visto en Huelva, que en las últimas cuatro décadas se ha convertido en la capital mundial de los frutos rojos; en la costa tropical andaluza, epicentro de la producción de aguacates y mango en suelo europeo; el Valle del Guadalquivir, tanto en nuevas plantaciones de cítricos y de otros productos; en Extremadura, tanto en el valle del Guadiana y sus plantaciones de ciruela y otras frutas de hueso como en los Valles del Jerte, de la Vera o del Ambroz y sus cerezas. O el cambio en Castilla-La Mancha, con sus modernas plantaciones de ajos y cebollas o las extensivas de pistachos, almendro y olivos. Y lo que se ha visto en todo el Valle del Ebro, tanto en La Rioja, Navarra, Aragón o Cataluña, donde se han reconvertido todo tipo de plantaciones a otras modernas de cerezas, albaricoques, paraguayos, melocotones o nectarinas.
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