Antonio García de Castro: la dignificación del sector agroalimentario
Uno de sus grandes transformadores a través del Instituto Internacional San Telmo
Sumamos uno más a la cuenta de los buenos. Desconozco si fue vocacional o alguien con visión y capacidades le influyó y convenció para liderar el Instituto Internacional San Telmo al finalizar su MBA en el IESE (el alumno más brillante según aseguran compañeros de su promoción), dedicando a ello toda su pasión, tiempo y capacidad.
Si sé que, tras varios años de aplicarse con máxima eficacia a cumplir con las directrices marcadas por Javier López de la Puerta, le ha tocado después -de esto hace ya 9 años- rediseñar y dirigir la estrategia que le ha convertido en uno de los máximos transformadores del sector agroalimentario español.
En el origen, es justo reconocer la labor de aquellos primeros pioneros que en los años 60, con la intención de fundar el IESE como escuela referente de negocios, viajaron a Harvard para inspirarse y volvieron , además de transformados, con un vigoroso y generoso acuerdo de colaboración con esta Universidad. Entre ellos estaba, por ejemplo, Juan Farrán, primer traductor al español del término Agrobusiness y seguramente también inspirador del posterior desarrollo y actual legado de la Fundación San Telmo en España.
Antonio y Javier creyeron en la metodología y los resultados de la nueva ciencia del management que se desarrolló con tanto éxito en la escuela barcelonesa y se aplicaron con tesón y acierto en darle un acento sectorial.
Seguramente con mucho esfuerzo y poco descanso, ayudas de brillantes académicos y renombradas instituciones de varios países del mundo, es un hecho que Antonio y su equipo son los responsables directos de que más de 10.000 directivos y propietarios hayan participado de sus programas de formación y las discusiones de sus aulas, mejorando así sus capacidades de dirección.
No creo que exista camino mejor que la formación para transformar, dignificar, elevar y profesionalizar un sector. Y más aún si al mismo tiempo se inocula el buen virus de la excelencia y buen hacer en la gestión empresarial.
Convencido de que merecía una atención superior, Antonio puso el ojo en el denostado sector alimentario, hasta entonces escasamente protagonista en foros económicos y noticias. Ahora sabemos, ya con datos fiables en la mano, que representa más del 16% de Producto Interior Bruto de nuestro país y es responsable de emplear a un porcentaje similar de personas. El asunto que probablemente explica para bien o para mal el afán de Antonio es la idiosincrasia de este sector: el 96% de las empresas incluidas son Pys o Mes (Pymes). Lo explica y da sentido a la conveniencia de esta iniciativa de formación. Puso el ojo en el sector y le añadió la bala de la excelencia que enriquece su faceta terrenal de consejero atinado y exitoso de cientos de empresas.
El indudable éxito del proyecto (hoy el San Telmo está entre las tres mejores escuelas agroalimentarias del mundo después de la de Harvard y Cornell), no descansa únicamente en su superior inteligencia personal, sus capacidades de gestión o para trabajar (que por cierto suele ser común, cómo no, a todos los grandes), en el contenido de los programas o el método de enseñar, sino de forma especial en la aplicación en el ámbito académico de un concepto denostado pero de rango superior: el humanismo tradicional, trascendente y de corte cristiano que da sentido, enriquece y tiene la capacidad de influir positivamente en las relaciones personales y la sociedad.
Así pues, hoy toca reconocer la enorme tarea de Antonio García De Castro, llevada con extraordinaria discreción, que ha dado peso al sector agroalimentario y lo ha situado en el centro de la economía, contribuyendo a elevar el listón de la profesionalización empresarial, primero andaluza, luego nacional y desde hace unos años ya escalando en el ámbito internacional.
Este sector le debe a Antonio García De Castro una barbaridad, que por cierto está siendo y ha sido siempre pieza y motor, operario y director.
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