¡Lean, lean! El tocino y la velocidad

¡Lean, lean! El tocino y la velocidad / Redacción FRS
Loypro

06 de junio 2013 - 15:54

¿Qué tienen en común el tocino y la velocidad? Los físicos teóricos nos podrían dar la respuesta. Los que no entendemos de eso pensamos que nada, pero vemos que muchos los confundimos inconscientemente y, cuando lo hacemos, nos lo dicen.

¿Y el cerdo, la electricidad y las cosas de la vida? Parece que tampoco, pero sí. Lean.

Edison inventó la lámpara de incandescencia a finales del siglo XIX. Tuvo la luminosa idea de emplearla en el alumbrado público de Nueva York. Inundó la ciudad de ruidosos generadores de electricidad y de una inextricable maraña de cables que atenuaban la luz del sol. De paso, las bombillas calentaban un poquito la noche. A pesar de los grandes beneficios del invento, se perdía mucha energía por la red, que se trataba de compensar con gruesos cables.

Pocos años después, Tesla, uno de los grandes ingenieros de la humanidad, introdujo la corriente alterna y un completo sistema para mejorar el alumbrado público: generadores, transformadores y la alta tensión. Con ello había complicado el proceso de distribución de la energía, pero había reducido considerablemente las pérdidas. La electricidad se producía cerca de los saltos de agua, a gran distancia del consumidor, aprovechando la fuerza del agua. Los molestos generadores desaparecieron de las ciudades y los cables transportaban muchísima más energía. Y para colmo, el coste era mucho menor. De Edison solo queda su estela de gran inventor. Su lámpara ha quedado recientemente prohibida.

La electricidad penetra en la iluminación de los hogares y en la industria. La máquina de vapor se sustituye por el motor eléctrico. El fuerte aumento del consumo se corrige con un sistema de centrales productoras de energía conectadas a una red de suministro. Los usuarios se conectan y desconectan sin previo aviso, creando picos y valles de tensión que estropean los receptores conectados o hacen que funcionen por debajo de lo normal; no admiten que sus aparatos se rompan ni que funcionen mal por esos motivos. La culpa la tiene la electricidad, que no se puede almacenar. Así que, para evitar problemas, hay que producir y transportar la energía que se consume en todo momento. ¿Cómo?

Un organismo de gestión elabora pronósticos de consumo en el muy corto plazo, que tienen en cuenta el consumo real actual y otros factores como la duración del día o la temperatura ambiente. De ellos salen las órdenes al sistema de generación; indican qué centrales deben funcionar y a qué régimen de trabajo. Si no se puede cubrir la demanda, se pide energía a otros sistemas vecinos.

Las predicciones han de ser muy ajustadas y ligerísimamente superiores a lo esperado. El consumo real ha de controlarse en todo momento. Si es inferior al previsto, sobra energía, que no puede quedarse en la red. Se consume poniendo en marcha centrales que bombean agua a un embalse, recuperando así casi todo el exceso.

El cerdo es un animal que ha resuelto muchos problemas de alimentación en el entorno rural. Tan agradecidas le están las personas, que dicen que tiene todo bueno, hasta los andares. Cada casa criaba, con sobras o con lo que no quería, los que iba a consumir en el año. Algunos crecían felices en el campo, aprovechando los recursos naturales; un sistema muy barato que apenas da trabajo. Lo que sobra se ha utilizado tradicionalmente para abonar los campos y, ahora, para generar energía térmica y eléctrica.

Del cerdo muerto no quedaba ni rastro. La carne magra, en forma de chacinas, deleitaba los paladares. El tocino daba el toque de sabor a los platos invernales. Los intestinos eran el envoltorio de chorizos y morcillas. Las vísceras se degustaban recién muerto el animal o componían las sublimes güeñas. Incluso los huesos se empleaban para hacer los excepcionales botillos; si no era así, el perro daba buena cuenta de ellos.

La explotación industrial del cerdo ha cambiado algunos de los usos de las partes del cerdo, pero no ha olvidado aprovecharlas en su totalidad.

Los pueblos que habitan en entornos adversos han hecho de la necesidad virtud. Esquimales, mongoles y lapones, entre otros, han sido capaces de sobrevivir y perdurar gracias a la muy eficiente utilización de los escasísimos recursos a su alcance, y a la preservación que han hecho de ellos para garantizarse el futuro.

Los talleres de los antiguos mecánicos tenían paneles con las herramientas ordenadas y sus siluetas marcadas. Un simple vistazo era suficiente para saber a dónde ir a tomar la herramienta necesaria y dejar la usada. El tiempo de búsqueda ahorrado se podía dedicar a otros arreglos. Los mecánicos también sabían que, antes de ponerse a reparar algo, había que pensar de dónde podía venir la avería, cómo acceder a lo averiado, o el orden en que dejar las piezas desmontadas. No seguir estos patrones de comportamiento podía suponer que sobraran tornillos y tuercas, de lo que concluían que algo no se había hecho bien. Deshacer lo mal hecho y no poder cobrarlo enfada a cualquiera.

Una de las primeras enseñanzas de los albañiles de la vieja escuela a los aprendices era la limpieza y el buen trato de las herramientas. Cada vez que se utilizara una, se debía limpiar y dejar en perfectas condiciones inmediatamente. El maestro comprobaba el estado de las herramientas con una mirada, cada día, al final de la jornada. Sabía que, si esto no se hacía, conseguiría acabados inaceptables.

Mujeres y coquetería van unidas, especialmente en eventos sociales importantes, como bodas y saraos. Todas quieren lucir, lucirse y ser diferentes de las demás. No les vale cualquier atavío; tiene que ser uno que les favorezca, esté a tono con los tiempos y se ajuste a su propia silueta. Por eso acuden a la modista. Ella les asesora en la elección del vestido ideal, pero tienen que poner imaginación de su parte. No tiene telas ni modelos. Las telas son retales agrupados que conforman un muestrario. Los modelos se ven en revistas, lucidos por hermosas señoritas a las que les planta bien cualquier cosa. Tras la decisión de tela y modelo derivado de la revista, la modista toma medidas y se pone a la tarea de confeccionar los patrones del vestido, que son únicos para la ocasión. Compra la tela, la corta e hilvana. Una prueba sobre la dama saca a la luz los retoques que hay que hacer para que el vestido le encaje perfectamente. Otra prueba posterior validará el trabajo realizado o sugerirá cambios mínimos.

La pobre modista se tiene que enfrentar al tiempo, porque la ocasión tiene puesta la fecha. Salta de un encargo a otro, prolonga su jornada hasta horas intempestivas y hace lo imposible para entregar los encargos a tiempo, a pesar de que sus clientas tienen siempre una excusa: me avisaron tarde, estaba fuera, y así con un largo etcétera.

La clienta pagará su vestido después del evento. Si lo ha disfrutado, reconocerá el valor recibido en forma de propina y de futuros encargos suyos o de personas recomendadas.

Jugar entretiene y divierte. Los practicantes de cualquier juego, además, disfrutan. Casi todos terminan igual; el jugador gana o pierde, sólo o con otros. Ganar da siempre satisfacción. Los juegos que tienen detrás una recompensa incitan a la concurrencia de varios jugadores y se convierten en competiciones, aunque sean de solitarios.

Para poder competir hay que ser un buen jugador. Los que no se tienen por buenos no participan; saben que nunca podrán alcanzar la recompensa. Sólo los buenos jugadores se animan a competir, pero eso no les garantiza el éxito. Al juego se le añade, entonces, la lucha por ganar. Cada jugador tiene que estar bien preparado. Menospreciar al resto o crearse ilusiones aumenta las posibilidades de no ganar. El triunfador se ha propuesto ser el mejor y ha tenido que demostrarlo sufriendo frente a los demás. Sin esos ingredientes no habría logrado el premio mayor. Otros han seguido la misma táctica y han logrado premios menores. Quien no logra el premio al que aspiraba se siente frustrado; tendrá que plantearse qué hacer para lograr el premio por el que lucha.

¿Tienen algo en común la electricidad, el cerdo, los esquimales, el mecánico, el albañil, la modista y los competidores? Sí, sin duda.

Lean entre líneas y habrán descubierto la reducción de desperdicios, el aprovechamiento máximo de los recursos, la planificación del consumo, la producción bajo demanda, la ausencia de stocks, la búsqueda de la máxima eficiencia en los procesos, el suministro justo a tiempo, la productividad, la logística inversa, el orden, la limpieza, la calidad, la adquisición de buenos hábitos de trabajo, la actitud para el logro de objetivos y alguna otra virtud que se queda en el tintero. Son ideas que emplea la logística moderna.

En todo esto hay muy poca ingeniería, bastante más ingenio y sentido común a raudales, ése que dicen que es el menos común de todos. Alguien, muy observador y con mucho sentido común, ha abstraído algunos de esos conceptos de la vida ordinaria, que están a la vista de todos, los ha reunido y ha creado un manual que ha bautizado con un nombre que hace furor.

Y para terminar, lean: Ustedes también pueden conseguir éxitos con sentido común. Si se halla en letargo, busquen a alguien que lo active; se sentirán mucho mejor.

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