A más turismo, más oportunidades
Este verano España ha batido, una vez más, récords de visitantes extranjeros, de lo cual solo cabe alegrarnos. Incluso los nacionales, animados por la confianza en la mejora de empleo y endeudamiento familiar, parecen haberse sumado al éxito contribuyendo con sus estancias y gasto vacacional a la mejora de las cifras, dando preferencia a los destinos nacionales.
Guardo en la memoria una imagen de este pasado agosto, en el que una familia británica disfrutaba de una espléndida puesta de sol en un chiringuito de nuestra costa. A juzgar por sus expresiones, seguro que llevaban un buen rato disfrutando del sitio, del ambiente, de la comida y de la bebida locales... En pocos sitios del mundo se conjugan todos estos factores con la calidad y naturalidad que se dan en España. Más contento estaba el restaurador, que veía cómo, nunca mejor dicho, varios clientes de características similares le estaban ayudando a 'hacer su agosto'.
A nadie se le escapa la clave del turismo como palanca para el incremento del consumo alimentario, para la mejora de nuestros ingresos y el empleo y para nuestra imagen de marca como país (¡Y como sector!). Pocos tienen la riqueza, variedad y tradiciones alimentarias tan arraigadas como el nuestro y tenemos aquí un valor que hay que explotar más a fondo sin duda alguna.
Solo con que fuéramos capaces de atraer un poco más el interés del turista por nuestros productos y nuestra gastronomía, estaríamos impulsando el consumo interno –y el externo en segunda derivada con el efecto recuerdo-, de manera cuasi exponencial.
Pero aparte de lo que se esté haciendo para conseguir este objetivo, creo que tenemos una singularidad en España que bien merece analizar más a fondo para conseguir un mayor rédito a la conjunción entre turismo, cultura, alimentación y gastronomía. ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar que durante los meses de verano no hay una localidad en España que no festeje algo? Dejando de lado los grandes acontecimientos como la Semana Santa, San Fermín, la Feria de Sevilla o Jerez, las Fallas y otras de similar rango, durante julio, agosto y septiembre se suceden fiestas locales, romerías, tomatinas y otros miles de eventos -todos, curiosamente, ligados a la tierra y a sus frutos– de resonancia más bien local, pero no por ello menos interesantes.
¿No podrían ser estos acontecimientos (festivos, culturales, tradicionales) una oportunidad para atraer al visitante extranjero y hacerle partícipe de nuestras riquezas a la vez que de nuestra gastronomía y nuestros productos y sus marcas: restaurantes, bares, bodegas, almazaras, fábricas de queso, fábricas y secaderos de jamones y embutidos, destilerías...?
Uno de los valores más atractivos de la alimentación es el poder compartirla en entornos festivos y de eso en España sabemos mucho... Solo falta centrarse, ordenar una estrategia y trabajar. Lo difícil ya está hecho y, además, sale natural.
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