El campo en su nevera
Si hay algo que está cambiando en estos momentos es la preocupación de la sociedad por una alimentación saludable. Nosotros, que somos los que nos encargamos de llenar la despensa y la nevera de todos, nos alegramos de ello porque, con ese afán de comer sano, también se come de forma equilibrada, con menos alimentos procesados y con un predominio de alimentos más verdes, de frutas y hortalizas.
De hecho, estas últimas han llenado más veces la cesta de la compra que otros años. Hace poco sabíamos que en 2015 el gasto de alimentación por hogar se había aumentado un 1,01%, aunque mucho tiene que ver, también, con el aumento de precio.
Sin que tampoco sea preciso adoptar estilos y modas nutricionales que evitan consumir determinados alimentos, lo que siempre es una opción personal, lo cierto es que nuestra agricultura y ganadería pone a disposición de los consumidores cualquier alimento que pueda formar parte de una dieta sana y equilibrada. De ponerle a cualquiera el campo en su nevera. Pero falta, en muchos casos, el soporte legislativo que lo permita.
La industria de la agroalimentación es una de las más fuertes de nuestro país, representando más de un 3% del PIB y dando empleo directo e indirecto a millones de personas. No es baladí que se ponga el foco en ella, ni que cada agente que forma parte de la cadena alimentaria luchemos por lo que creemos justo, por unos precios estables y no ruinosos, por una trazabilidad o etiquetado de origen correctamente señalado, por normas de higiene, salud y calidad que se han puesto –y se ponen- en discusión cada vez que se cierra una acuerdo preferencial con alguno de los países estrella en el comercio mundial.
A este propósito, con la tendencia latente de consumidores más responsables y, sobre todo, conscientes, el mercado ha tomado su propio ritmo, buscando favorecer y legislar en pro de lo que está ocurriendo, de la importancia de los mercados de proximidad, del negocio local que tanto estamos intentando potenciar todos, nosotros, los productores, los consumidores conscientes, y muchos ayuntamientos y asociaciones de comerciantes, a menudo, pertenecientes al medio rural.
Así, se están preparando todos los mecanismos para la regulación de la venta directa de productos de carne a distribuidores pequeños locales y consumidores, dando vía libre a la cadena de distribución corta que marcha bien en muchos lugares. Regularización en materia fiscal, seguramente, pero también en seguridad alimentaria.
En la Unión Europea tenemos los mayores estándares del mundo en cuanto a exigencias en materia de seguridad alimentaria: desde el año 2000 existe una autoridad europea en esta materia, así como a nivel estatal, autonómico e, incluso, municipal, encargándose de todos los controles pertinentes.
Es cierto que estos niveles altos de exigencia y el cumplimiento de sus requisitos para la venta suponen para todo el conjunto de los productores un coste mayor en su actividad, cuando, por otro lado, como ya he señalado, recibimos con los brazos abiertos a otros productos procedentes de países con menos exigencias de calidad y, por ende, más baratos que dificultan la libre competencia.
Por eso es tan importante para nosotros, pero también para los propios consumidores, que ellos puedan contar con toda la información y ser libres de elegir entre los productos que se obtienen bajo las normas de la UE, preferiblemente de proximidad, para garantizar su frescura, respecto a los que han venido desde zonas con menores exigencias de producción, recorriendo grandes distancias y poniendo en duda su conservación y calidad.
Por esto, por una cuestión de salud y seguridad alimentaria y no un capricho, es necesario que funcione la trazabilidad desde la explotación hasta el consumidor. El etiquetado del origen de las carnes de bovino, ovino y otros productos es obligatorio, pero apenas se cumple. Este incumplimiento supone un engaño para el consumidor y una pérdida de competitividad para los productores.
Es cierto que los consumidores cada vez tienden a interesarse más, pero cuando hay una información que se obvia, la situación cambia y, de alguna manera, también la libertad de elección se ve mermada, así como las reglas del juego para los que llenamos neveras y despensas.
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